domingo, diciembre 10, 2017

"Twin Peaks: the return", ¿la mejor película del año?


Curiosa polémica se ha desarrollado estos últimos días por culpa de la avalancha de listas de “las 10/20/25/whatevah películas de 2017” que están apareciendo en los más (y hasta en los menos, no eres nadie sin tu lista) (no he hecho ninguna lista, ergo etcétera) renombrados medios, digitales o no. Algunas de ellas están incluyendo “Twin Peaks: the return”, que hasta el momento todos (excepto David Lynch) creíamos que era una serie. Una de estas listas es la de la prestigiosa Cahiers de Cinema (que no solo es prestigiosa por su contenido e historia, sino porque está escrita EN FRANCÉS, lo cual multiplica por -n su factor gafapastil-pipa&monóculo), que no solo la sitúa entre los diez mejores largometrajes del año, sino que además cree que es el mejor. No es la primera vez que hace algo así: en 2014 consideró que la mejor película de aquel año era una miniserie francesa (y por tanto prestigiosa) en cuatro episodios del canal Arte, “P’tit Quinquin”, que no solo comparte ese (prestigioso) honor con “Twin Peaks”, sino que también fue presentada en el festival de Cannes. Ahora que lo pienso, quizás esto significa que lo que transforma a una narración episódica en un largometraje es ser estrenada en Cannes. Magnífico, pues nada, aquí se acaba el artículo, ¿ves qué fácil? A merendar.

A esto Ferrán Adriá le llamaría "brunch deconstruido"


Vale, quizás no sea tan sencillo; el chocolate me ha abierto la mente (esto me lo decían mucho los yonquis de mi barrio) (espera un momento). Hagámonos preguntas, que es fin de semana, somos mayores, no salimos por las noches y no tenemos nada mejor que hacer. En primer lugar, ¿por qué no se formó esta polémica en 2014? A fin de cuentas, ya existía twitter, ergo cualquier estupidez es carne de polémica. Podemos elucubrar, y lo haremos, que la repercusión de la miniserie francesa fue muy, muy (pero muy) inferior a la de “Twin Peaks”. Las razones son tan obvias que no insultaré al lector (literal: UN lector) enumerándolas. Un inciso: de “P’tit Quinquin” solo vi el primer capítulo, su extraño humor me arrojó a patadas de su visionado. Pero, ¿la habría visto entera si la hubiese presenciado en una sala de cine? ¿Hubiese cambiado mi percepción de ella? Estas son tan solo dos preguntas de las muchas que voy a arrojar a vuelo de pluma y que probablemente queden incontestadas porque, bien, no tengo todas las respuestas. Es un blog gratuito, no sé qué esperabais.

Decíamos ayer (ayer=párrafo anterior) que el debate presentado en este artículo se ha abierto arduamente en 2017 y no en 2014 debido a etcétera. Los fans de Lynch son muy fans, y entre estos uberfans hay muchísimos periodistas, lo cual encarniza y publicita el combate. Los que consideran “TP:TR” un filme, además, se apegan a un estigma repetido por su héroe durante algunas entrevistas concedidas antes de su emisión: “siempre la concebí como una película de 18 horas”. Pero quizás habría que situar la sentencia en su contexto: el director afirma con contundencia que para él no hay diferencia entre televisión y cine, y parece aludir específicamente al proceso de creación y rodaje. Los que defienden que es una serie de televisión lo tienen tan fácil como, saludad a Perogrullo, argumentar que se emitió por un canal de televisión. Pero, ¿es tan fácil delimitar la diferencia hoy en día? ¿No han evolucionado la industria, los espectadores y sus vías de comunicación lo suficiente como para poder estipular nuevas fronteras? Veamos.

Hace 40 años una controversia de este tipo era absolutamente impensable. No solo las películas las veías en el cine y las series en la tele, sino que las diferencias en los presupuestos, la manera de filmar, de encuadrar, de narrar eran abismales. Ya solo la ventana de visionado que suponía el 4:3 de todos los televisores del universo suponían una ruptura total con el estilo cinematográfico. Existía, sí, el subgénero llamado tv-movie, o telefilme, películas realizadas por, y para, formato televisivo; su complejo ante sus hermanas mayores cinematográficas era tal que aún hoy se utiliza el término peyorativamente (quedaos con la copla, volveremos a ella). Sin embargo, poco a poco esos márgenes se fueron licuando, esos límites se fueron difuminando, siendo probablemente la “Twin Peaks” original la primera gran ruptura de fronteras. Lo que vino a continuación, y en particular a partir de que HBO entra en la cancha cual Darth Vader en ESA escena de “Rogue One”, es historia de la televisión, en la que no me voy a extender porque tengo partido de badminton. Las series empezaron a rodarse y emitirse como si fueran largometrajes; se veían, sonaban y olían como tales; se abandonaba el patrón episódico procedimental y se serializaban radicalmente las narraciones, de manera que se podía profundizar en las historias y en sus personajes, gracias al tiempo que te permitía el formato (y que el largometraje te niega: cuenta tu historia en dos horas o MUERE); y, por si fuera poco, el 16:9 vino a nuestros televisores a quedarse. Una (r)evolución monstruosa que obliga a repensarse los límites de uno y otro género, y cuáles son las circunstancias que los establecen. Y sí, habéis acertado: han sido cuatro párrafos de introducción hasta llegar a THE POINT. Para que alguien me pregunte luego por qué no escribo nunca. En fin.

Los límites del etcétera. ¿Los marca, como le susurra a Lynch su sensibilidad, el proceso de creación y rodaje? Parece complicado aseverarlo. Hoy en día, solo las series de canales generalistas, de 20-24 episodios por temporada, ruedan mientras emiten, con calendarios apremiantes y, en ocasiones, decisiones tomadas sobre la marcha en base a audiencias (en cine también existe este modo “cadena de montaje”: ver, snif, el universo DC/Warner). El 95% de series que podríamos “confundir” con películas filman sus temporadas enteras antes de su emisión, y muchas veces se han diseñado varias temporadas antes de incluso presentar el pìloto a la cadena. Lo que ha hecho Lynch en ese sentido no se aleja de lo que hayan podido pergeñar David Simon, Damon Lindelof, Matthew Weiner, David Milch o Noah Hawley con sus creaciones. ¿Podríamos considerar “Mad Men” como un filme de siete temporadas?


Don Draper viendo "Arrival"


¿Y si los límites entre ambas expresiones audiovisuales los determina la ventana de emisión? Aquí sería fácil argumentar que una serie ES televisión porque se emite por esa vía. Incontestable. Pero hay matices, dependiendo del punto de vista que adaptemos. Es fácil catalogar a HBO, AMC o Showtime como canales tradicionales de televisión, pero cuando hablamos de Netflix, Amazon Video o Hulu llegan los problemas. No son canales propiamente dichos, sino plataformas de streaming multimedia que ofrecen contenido propio, y aquí el palabro clave es “multimedia”: ordenador, smartTV, tablet, móvil, les da igual dónde y cómo lo veas mientras lo veas: su gran baza es la movilidad. Volvamos a la copla de las tv-movies de dos párrafos más atrás, si es que no os habéis dormido todavía. Ya solo faltan dos párrafos, ya casi estáis.

HBO realiza de vez en cuando telefilmes; con grandes presupuestos y estrellas de renombre, pero se les sigue llamando así, tv-movies. Netflix no. Quiero decir, sí hace películas, con grandes presupuestos y estrellas de renombre, pero se les llaman películas. A nadie se le ocurre sostener que “Beasts of no nation”, “Okja” o “Mudbound” son telefilmes; en cambio, “Wizard of lies” o “Phil Spector” sí lo son. Y no es una cuestión que se circunscriba a la conversación cultural: basta un repaso por las nominaciones de los Globos de Oro para confirmar que este es el standard. Esto parece confirmar que los límites entre cine y televisión los determina la ventana de emisión, pero nos hemos adscrito al punto de vista de la industria. ¿Y el del espectador? En un universo cultural multimedia (palabro again) más globalizado que nunca, los contornos se desvanecen y adoptan formas inopinadamente líquidas. Disfrutamos de series y películas (y no empecemos con los documentales serializados) a través de las mismas ventanas, deglutiendo y regurgitando quintales de entretenimiento cultural en los hogares, de camino al trabajo, en nuestras habitaciones, en casa con los amigos o en la cama antes de dormir. Ahí no hay diferencias entre HBO y Netflix, Showtime o Filmin, todo es lo mismo. Así que quizás lo que realmente separa a ambas artes audiovisuales no es su ventana de emisión (hoy en día variada y múltiple) sino la experiencia del espectador. Un filme no es solo un filme porque se proyecte en una sala (la mayoría de ellas ya no se ven, snif al cuadrado, en una sala de cine), sino porque el espectador “siente” que es una película. Y una serie no es una serie solo porque se muestre en secuencia episódica (lo que convertiría al universo Marvel en una gigantesca serie) sino porque el espectador la siente, la disfruta y la experimenta como una serie, sea con la impaciente espera semanal, o con los exhaustivos maratones a los que te obliga el condenado botón del averno que te murmura, implacablemente seductor, eso de “siguiente episodio en 5 segundos...”.

Foto del piloto internacional cuyo único objetivo, como las demás, es que el post parezca menos coñazo

Mi experiencia me dice que “Twin Peaks: the return” es una serie, y por tanto no cabría darle tratamiento de largometraje en ningún listado de mejores filmes, ni aunque esté escrito en francés. Y esto no es un menoscabo de su indiscutible grandeza como obra artística. Sin embargo, establecido esto, no puedo dejar de pensar en las vicisitudes que ha recorrido esta serie desde sus inicios, saltando continuamente de género. Su piloto se estrenó como película directa a vídeo (con un final diferente y cerrado) en Europa, debido al temor de que ABC no aprobara la serie. Algunas de las ideas de esa película (Bob, la escena de la habitación roja) se retomaron para la serie, y además han resultado ser icónicas. Después de que la serie se cancelara, Lynch decidió rodar “Twin Peaks: fire walk with me”, filme que arrancaba con un plano en el que se destrozaba un televisor, una metáfora, permitidme decir, muy poco sutil. Por supuesto, es imposible entender la película sin haber visto la serie. 27 años después, David Lynch y Mark Frost construyen una tercera temporada de la serie cuya comprensión es casi inviable sin haber visto la película (vale, y habiéndola visto TAMBIÉN) (pero por lo menos sabes quién es la tetera gigante que habla). En definitiva, no se me ocurre mejor ejemplo de retroalimentación entre cinematografía y televisión que “Twin Peaks”. Así que a lo mejor sí que es justo que aparezca en un listado de mejores largometrajes del año 2017. Y más si es en francés.


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