Retomo
(hoy excepcionalmente, no se me malacostumbren) el viejo blog desde sus
requemadas cenizas, a causa de mi bien enraizada incapacidad para la
concreción y la brevedad del titular, además de mi falta de talento
para el clickbait, maravillas comunicativas personales que me
mantienen a salvo de, líbreme Batman, alcanzar las 3 cifras en
cualquier red social que me (des)precie. La prueba fehaciente, este
primer párrafo. A ver si hay más suerte con el segundo.
A donde quiero
llegar es que hay una idea rondando por mi cabeza desde que cometí
la torpeza de ver “Assassin’s Creed” y que pretendía
desarrollar en twitter. Peeeeeeeeero. Los hilos largos de twitter me
suelen parecer un coñazo, y por pura coherencia (y empatía hacia
mis posibles damnificados, también llamados “followers”), y
teniendo en cuenta la ineptitud antes referida, sumada a la incesante
lluvia que asoma el ventanal y que siempre es influjo de
introspección y ensimismamiento (y si a esta frase le añadimos un
perro durmiendo y una barca al pairo, ya tenemos una canción de
Manolo García), encontraremos la respuesta a esta momentánea
resurrección. Vale, el segundo párrafo ha sido peor todavía.
Céntrome.
Hay gente que se
sorprende cuando digo que “Mad Max: Fury Road” es un filme que
está cerca de ser, si no lo es de facto, una obra maestra. Sí, es
una de las mejores películas del género de acción de los últimos
25 años; pero también es uno de los mejores largometrajes del
último lustro, así, a secas. Lo más común es maravillarse por la
demencial imaginación de sus escenas de acción, por la precisión
relojera de su montaje, por el sobrenatural detallismo del diseño de
producción, o por la majestuosa saturación de su fotografía. Se
suele dejar un poco de lado la eficacia de su narrativa, y en mucho
espectador no avezado deja la sensación de que hay poca historia; al
fin y al cabo, son dos persecuciones con hordas automovilísticas, y
no hay mucho más.
Error.
No es mejor un guión cuanto más complicado es, o más cosas te
cuente, sino cuanto mejor transmite a través de los medios que el
arte cinematográfico ofrece.
En narrativa
(encuentro más evocador el término anglosajón, “storytelling”),
nada hay más complicado que explicar un universo entero, sin agarre
en el mundo real, en un espacio de tiempo tan limitado como el que
ofrece una película. La cinta de George Miller (recordemos, setenta
años cuando estrena el film. Un 7 y un 0. 70. Palos) triunfa
arrolladoramente donde la de Justin Kurzel se cae por el barranco: en
la transmisión de un universo propio. Y no me refiero, ojo, al
diseño de producción; sí, el de “Fury Road” mola mucho más,
pero este no es el caso. Hablo de cómo al final de la proyección,
uno sale con la sensación de conocer perfectamente el mundo en el
que transcurre el filme de Miller: cómo funciona la dictadura de
Inmortan Joe, la economía de intercambio con otras “ciudades”,
las variaciones del lenguaje específico que se utiliza, las
diferentes “castas”… Es todo un universo explicado y
desarrollado a la perfección, con poquísimas líneas de diálogo y
exposición, y a través de unas atronadoras y espeluznantes escenas
de acción que parecen (solo “parecen”) no dejar espacio para
nada más.
Y es precisamente
aquí donde entra derribando la puerta “Assassin’s Creed”: como
contrapunto a “Fury Road” en la idea que trato de desarrollar.
La cinta de Justin
Kurzel es uno de los mayores desastres cinematográficos a nivel
blockbuster que me he echado a las gafas en varios años. No entraré
a analizar los detalles del por qué, puesto que no hemos venido a
jugar a esto. En lo que nos ocupa, la narrativa, sería justo decir
que su historia es más “complicada” que la de “Fury Road”
(o, por ejemplo, “Gravity”, otra a la que se la suele acusar
infundadamente de “simple”). Bien, lo que es seguro es que su
guión suma más caracteres. Por lo demás, es un estropicio de
dimensiones apocalípticas, que entre sus muchas incapacidades
podemos contar:
- No sabe qué hacer
con sus personajes principales, ni dotarles de una ínfima chispa.
Una mínima empatía con alguno de ellos (reputadísimos actores)
(Marion, esta ha dolido) resulta inviable. El filme confunde
torticeramente grisura moral con apatía vital.
- No sabe
desarrollar un universo con amplias posibilidades como es el de la
época de la Inquisición, abandonándolo a un entorno de videojuego
random, que además, es visualmente infame.
- Los niveles de
confusión son tales que resulta prácticamente imposible discernir
las motivaciones de ambos bandos de la historia, supuestamente
antagónicos, para… bueno… hacer lo que se suponga que hacen.
- Para rematar, no
hay ni clímax. La prometida (porque el guión y el montaje apuntan a
ello) batalla final es una conversación estúpida y una garganta
cortada.
Seguro, “Assassin’s
Creed” cuenta más cosas, desde un punto de vista, si se me permite
la paradoja, “matemático”, que “Fury Road” y “Gravity”
juntas… excepto que en realidad no lo hace. No entraré a analizar
“Gravity” para no alargar (todavía más) este artículo de
guerrilla; tan solo señalaré que alguna de las capas de significado
de la película son casi obscenamente obvias. El concepto de renacimiento,
porelamordekubrick.
Conste en acta que
he armado el post con herramientas extremas, tanto en un lado como en
otro. Pero así como “Fury Road” y “Gravity” son rara avis en
su capacidad de expresar ideas a través de las imágenes, de narrar
a través de la acción, “Assassin’s Creed” es un ejemplo muy
paradigmático y extendido (aunque no a esos niveles de hecatombe)
entre el cine “industrial” contemporáneo. Cine en el que se
tiende a atiborrar de requiebros y giros los guiones, extender las
historias a lo ancho y vaciar el núcleo, con el único objetivo de
sorprender a un espectador cada vez más hierático, más escéptico
y con menos capacidad de asombro.
Y así, mientras
tanto, una industria, la hollywoodiense, que cada vez invierte más
millones en los grandes proyectos y menos en los pequeños, más en
las franquicias y menos en las historias originales, se va
distanciando lenta pero progresivamente de una masa espectadora que
mantiene unas engañosas cifras de taquilla. Engañosas porque buena
parte de ellas provienen de consumidores provenientes de otras artes:
cómics, sagas literarias, videojuegos, etcétera, que van al cine
más a disfrutar de un travestismo artístico que de una experiencia
puramente cinematográfica.
Por fortuna, nos
quedan esos Miller, Cuarón o Villeneuve que, de vez en cuando,
cometen la osadía de intentar fascinarnos con sus bellísimas
imágenes y la historia que transmiten a través de ellas.
1 comentario:
Me satisface ver que volviste a escribir aunque sea (como tu dices) excepcionalmente.Me encantan tus erticulos.
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