Curiosa polémica se
ha desarrollado estos últimos días por culpa de la avalancha de
listas de “las 10/20/25/whatevah películas de 2017” que están
apareciendo en los más (y hasta en los menos, no eres nadie sin tu
lista) (no he hecho ninguna lista, ergo etcétera) renombrados
medios, digitales o no. Algunas de ellas están incluyendo “Twin
Peaks: the return”, que hasta el momento todos (excepto David
Lynch) creíamos que era una serie. Una de estas listas es la de la
prestigiosa Cahiers de Cinema (que no solo es prestigiosa por su
contenido e historia, sino porque está escrita EN FRANCÉS, lo cual
multiplica por -n su factor gafapastil-pipa&monóculo), que no solo la sitúa entre los diez mejores largometrajes del año, sino que además cree
que es el mejor. No es la primera vez que hace algo así: en 2014
consideró que la mejor película de aquel año era una miniserie
francesa (y por tanto prestigiosa) en cuatro episodios del canal
Arte, “P’tit Quinquin”, que no solo comparte ese (prestigioso)
honor con “Twin Peaks”, sino que también fue presentada en el
festival de Cannes. Ahora que lo pienso, quizás esto significa que
lo que transforma a una narración episódica en un largometraje es
ser estrenada en Cannes. Magnífico, pues nada, aquí se acaba el
artículo, ¿ves qué fácil? A merendar.
A esto Ferrán Adriá le llamaría "brunch deconstruido" |
Vale, quizás no sea
tan sencillo; el chocolate me ha abierto la mente (esto me lo decían
mucho los yonquis de mi barrio) (espera un momento). Hagámonos
preguntas, que es fin de semana, somos mayores, no salimos por las
noches y no tenemos nada mejor que hacer. En primer lugar, ¿por qué
no se formó esta polémica en 2014? A fin de cuentas, ya existía
twitter, ergo cualquier estupidez es carne de polémica. Podemos
elucubrar, y lo haremos, que la repercusión de la miniserie francesa
fue muy, muy (pero muy) inferior a la de “Twin Peaks”. Las
razones son tan obvias que no insultaré al lector (literal: UN
lector) enumerándolas. Un inciso: de “P’tit Quinquin” solo vi
el primer capítulo, su extraño humor me arrojó a patadas de su
visionado. Pero, ¿la habría visto entera si la hubiese presenciado
en una sala de cine? ¿Hubiese cambiado mi percepción de ella? Estas
son tan solo dos preguntas de las muchas que voy a arrojar a vuelo de
pluma y que probablemente queden incontestadas porque, bien, no tengo
todas las respuestas. Es un blog gratuito, no sé qué esperabais.
Decíamos ayer
(ayer=párrafo anterior) que el debate presentado en este artículo
se ha abierto arduamente en 2017 y no en 2014 debido a etcétera. Los
fans de Lynch son muy fans, y entre estos uberfans hay muchísimos
periodistas, lo cual encarniza y publicita el combate. Los que
consideran “TP:TR” un filme, además, se apegan a un estigma
repetido por su héroe durante algunas entrevistas concedidas antes de su
emisión: “siempre la concebí como una película de 18 horas”.
Pero quizás habría que situar la sentencia en su contexto: el
director afirma con contundencia que para él no hay diferencia entre
televisión y cine, y parece aludir específicamente al proceso de
creación y rodaje. Los que defienden que es una serie de televisión
lo tienen tan fácil como, saludad a Perogrullo, argumentar que se emitió por un
canal de televisión. Pero, ¿es tan fácil delimitar la diferencia
hoy en día? ¿No han evolucionado la industria, los espectadores y
sus vías de comunicación lo suficiente como para poder estipular
nuevas fronteras? Veamos.
Hace 40 años una
controversia de este tipo era absolutamente impensable. No solo las
películas las veías en el cine y las series en la tele, sino que
las diferencias en los presupuestos, la manera de filmar, de
encuadrar, de narrar eran abismales. Ya solo la ventana de visionado
que suponía el 4:3 de todos los televisores del universo suponían
una ruptura total con el estilo cinematográfico. Existía, sí, el
subgénero llamado tv-movie, o telefilme, películas realizadas por,
y para, formato televisivo; su complejo ante sus hermanas mayores
cinematográficas era tal que aún hoy se utiliza el término
peyorativamente (quedaos con la copla, volveremos a ella). Sin
embargo, poco a poco esos márgenes se fueron licuando, esos límites
se fueron difuminando, siendo probablemente la “Twin Peaks”
original la primera gran ruptura de fronteras. Lo que vino a
continuación, y en particular a partir de que HBO entra en la cancha
cual Darth Vader en ESA escena de “Rogue One”, es historia de la
televisión, en la que no me voy a extender porque tengo partido de
badminton. Las series empezaron a rodarse y emitirse como si fueran
largometrajes; se veían, sonaban y olían como tales; se abandonaba
el patrón episódico procedimental y se serializaban radicalmente las
narraciones, de manera que se podía profundizar en las historias y
en sus personajes, gracias al tiempo que te permitía el formato (y
que el largometraje te niega: cuenta tu historia en dos horas o
MUERE); y, por si fuera poco, el 16:9 vino a nuestros televisores a
quedarse. Una (r)evolución monstruosa que obliga a repensarse los
límites de uno y otro género, y cuáles son las circunstancias que
los establecen. Y sí, habéis acertado: han sido cuatro párrafos de
introducción hasta llegar a THE POINT. Para que alguien me pregunte
luego por qué no escribo nunca. En fin.
Los límites del
etcétera. ¿Los marca, como le susurra a Lynch su sensibilidad,
el proceso de creación y rodaje? Parece complicado aseverarlo. Hoy en día,
solo las series de canales generalistas, de 20-24 episodios por
temporada, ruedan mientras emiten, con calendarios apremiantes y, en
ocasiones, decisiones tomadas sobre la marcha en base a audiencias
(en cine también existe este modo “cadena de montaje”: ver,
snif, el universo DC/Warner). El 95% de series que podríamos
“confundir” con películas filman sus temporadas enteras antes de
su emisión, y muchas veces se han diseñado varias temporadas antes
de incluso presentar el pìloto a la cadena. Lo que ha hecho Lynch en
ese sentido no se aleja de lo que hayan podido pergeñar David Simon,
Damon Lindelof, Matthew Weiner, David Milch o Noah Hawley con sus
creaciones. ¿Podríamos considerar “Mad Men” como un filme de siete
temporadas?
Don Draper viendo "Arrival" |
¿Y si los límites
entre ambas expresiones audiovisuales los determina la ventana de
emisión? Aquí sería fácil argumentar que una serie ES televisión
porque se emite por esa vía. Incontestable. Pero hay matices,
dependiendo del punto de vista que adaptemos. Es fácil catalogar a
HBO, AMC o Showtime como canales tradicionales de televisión, pero cuando
hablamos de Netflix, Amazon Video o Hulu llegan los problemas. No son
canales propiamente dichos, sino plataformas de streaming multimedia
que ofrecen contenido propio, y aquí el palabro clave es
“multimedia”: ordenador, smartTV, tablet, móvil, les da igual
dónde y cómo lo veas mientras lo veas: su gran baza es la
movilidad. Volvamos a la copla de las tv-movies de dos párrafos más
atrás, si es que no os habéis dormido todavía. Ya solo faltan dos párrafos, ya casi estáis.
HBO realiza de vez
en cuando telefilmes; con grandes presupuestos y estrellas de
renombre, pero se les sigue llamando así, tv-movies. Netflix no.
Quiero decir, sí hace películas, con grandes presupuestos y
estrellas de renombre, pero se les llaman películas. A nadie se le
ocurre sostener que “Beasts of no nation”, “Okja” o “Mudbound”
son telefilmes; en cambio, “Wizard of lies” o “Phil Spector”
sí lo son. Y no es una cuestión que se circunscriba a la conversación cultural: basta un repaso por las nominaciones de los Globos de Oro para confirmar que este es el standard. Esto parece confirmar que los límites entre cine y
televisión los determina la ventana de emisión, pero nos hemos adscrito al punto de vista de la industria. ¿Y el del espectador? En un
universo cultural multimedia (palabro again) más globalizado que
nunca, los contornos se desvanecen y adoptan formas inopinadamente líquidas. Disfrutamos de
series y películas (y no empecemos con los documentales
serializados) a través de las mismas ventanas, deglutiendo y
regurgitando quintales de entretenimiento cultural en los hogares, de
camino al trabajo, en nuestras habitaciones, en casa con los amigos o
en la cama antes de dormir. Ahí no hay diferencias entre HBO y
Netflix, Showtime o Filmin, todo es lo mismo. Así que quizás lo que
realmente separa a ambas artes audiovisuales no es su ventana de
emisión (hoy en día variada y múltiple) sino la experiencia del
espectador. Un filme no es solo un filme porque se proyecte en una
sala (la mayoría de ellas ya no se ven, snif al cuadrado, en una
sala de cine), sino porque el espectador “siente” que es una
película. Y una serie no es una serie solo porque se muestre en
secuencia episódica (lo que convertiría al universo Marvel en una
gigantesca serie) sino porque el espectador la siente, la disfruta y
la experimenta como una serie, sea con la impaciente espera semanal,
o con los exhaustivos maratones a los que te obliga el condenado botón del averno que te murmura, implacablemente seductor, eso de “siguiente episodio en 5 segundos...”.
Foto del piloto internacional cuyo único objetivo, como las demás, es que el post parezca menos coñazo |
Mi experiencia me dice que “Twin Peaks: the return” es una serie, y por tanto no cabría darle tratamiento de largometraje en ningún listado de mejores filmes, ni aunque esté escrito en francés. Y esto no es un menoscabo de su indiscutible grandeza como obra artística. Sin embargo, establecido esto, no puedo dejar de pensar en las vicisitudes que ha recorrido esta serie desde sus inicios, saltando continuamente de género. Su piloto se estrenó como película directa a vídeo (con un final diferente y cerrado) en Europa, debido al temor de que ABC no aprobara la serie. Algunas de las ideas de esa película (Bob, la escena de la habitación roja) se retomaron para la serie, y además han resultado ser icónicas. Después de que la serie se cancelara, Lynch decidió rodar “Twin Peaks: fire walk with me”, filme que arrancaba con un plano en el que se destrozaba un televisor, una metáfora, permitidme decir, muy poco sutil. Por supuesto, es imposible entender la película sin haber visto la serie. 27 años después, David Lynch y Mark Frost construyen una tercera temporada de la serie cuya comprensión es casi inviable sin haber visto la película (vale, y habiéndola visto TAMBIÉN) (pero por lo menos sabes quién es la tetera gigante que habla). En definitiva, no se me ocurre mejor ejemplo de retroalimentación entre cinematografía y televisión que “Twin Peaks”. Así que a lo mejor sí que es justo que aparezca en un listado de mejores largometrajes del año 2017. Y más si es en francés.